La paz entre los pueblos queda a cargo de las políticas de los estados. Para lograrla, se requiere un liderazgo a cargo de estadistas y no de meros administradores que, confundiendo el poder para realizar el proyecto de nación que le delega su pueblo, se apoderan de forma totalitaria en el abuso del poder para proponer, en nombre de la verdad, de una denominación, una ideología, una raza, una religión o del mismo Di-s, que son ellos quienes pueden adoptar el uso de la razón y la imposición a través de la fuerza de una solución a los ideales de su pueblo, que no son otros que las arbitrariedades de un totalitarismo que, sin importar origen o signo, reducen lo noble del ideal a la tragedia de la disolución, la desintegración fraticida entre las partes que pierden todo.